Arquitecturas Salvajes (el artista como arquitecto), Cámara de Comercio, Chapinero
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Arrebatados como se hallan actualmente los imaginarios sociales de los colombianos, la mayoría de ellos avasallados por el instinto de muerte que predomina en la actual campaña electoral, una exposición de arte es siempre saludable y por lo tanto bienvenida. Más allá de si se trata de arquitecturas contraídas, especulativas o expandidas, o de dibujos, grabados, instalaciones, pinturas u objetos, las imágenes que producen los artistas se constituyen en un lugar de encuentro de diferencias que se ponen en circulación por medio del habla social de pronto sorprendida en sus devaneos estéticos y sociales actuales. En arte, lo que cuenta es la imagen y sus múltiples metáforas.
Andrés Orjuela, Un Bolívar fuerte y 25 centavos, 2006.
Arquitecturas Salvajes pone en escena una curaduría de Halim Badawi. Pese a la pertinencia política de ejercicios críticos como los de Andrés Orjuela, imágenes que desde un principio captan la atención del visitante; a pesar de que en otros casos nos encontramos con obras impecables formalmente como las de Alejandro Marote; inclusive pese a las sonrisas que suscitan otras propuestas que reclaman su derecho a la inanidad perfecta como las de Juan Camilo Uribe, la atención crítica de la exposición se centra en el enfoque anacrónicamente historicista con el cual Halim Badawi lee las propuestas de los artistas y construye su ensayo. El visitante lee el guion que se le ofrece porque requiere pistas para interpretar el conjunto de obras agrupadas, un tanto de manera apretujada. Sin embargo, el guión curatorial no hace justicia a la simbólica que se piensa en cada una de las imágenes. Las más potentes de ellas buscan su propio camino en la imaginación de los visitantes.
Inconscientemente, Badawi recurre a una figura hermenéutica propia de comienzos del siglo XX. Denomina a sus artistas fauves. Los etiqueta como salvajes, bárbaros, fieras, quedan bajo el estigma estético que se inscribió en todos aquellos pueblos que quedan por fuera de la estética grecolatina. Ahora bien, ¿por qué son salvajes estos artistas cuyas imágenes motivan el ensayo especulativo de Badawi? Responde el curador: “(…) son salvajes porque instrumentalizan la arquitectura moderna para mostrarnos arquitecturas libres de órdenes preestablecidos; salvajes porque, como antropófagos, se apropian y subvierten cada escuela moderna, desde el impresionismo hasta el minimalismo; salvajes porque son los únicos dueños de su propia utopía”. Cabe preguntar: ¿en qué sentido la arquitectura salvaje sigue siendo arquitectura? ¿Tiene necesidad de seguir llamándose arquitectura una vez transgrede los protocolos estéticos? ¿Algunas de las propuestas no son tan racionales como la estética que supuestamente transgreden? El juego semántico entre arquitectura en sentido estricto y arquitectura en sentido figurado, le permite a Badawi construir un relato impositivo acerca de la relación entre arte y arquitectura, un relato que no nos dice nada de nuestro aquí—ahora en retardo. Finalmente, toda curaduría consiste en un proceso de domesticación, en una imposición discursiva.
La exposición logra superar su discurso por la inclusión de imágenes sugestivas como las de Andrés Orjuela, las cuales logran deconstruir el relato de Badawi. En este sentido las imágenes de Orjuela son salvajes porque no se dejan someter por el dispositivo curatorial. Lo mismo se puede decir acerca de las imágenes de Alejandro Marote. Las propuestas de estos artistas captan el interés de los visitantes por su condición de imagen. Su arquitectura formal a nadie importa.
Arquitecturas Salvajes ayuda a mantener viva la llama de la imagen a través de sus múltiples escrituras. Por ello mismo, vale la pena visitarse para formar un juicio autónomo.